Fue un viernes o un sábado, hace
cerca de un mes, cuando apareció “El
mago” en mi vida. Bailaba con mis amigas
en una discoteque y se nos acercó con una gran sonrisa, ofreciendo cervezas
para todos. “Bailemos por la buena onda” me dijo. Y yo, por la buena onda,
bailé con él. La química nació espontáneamente y creció como la espuma.
Sonreía, mirándome con intensidad a los ojos, y creo que ahí me conquistó. Al
poco rato de conocerlo, supe que era distinto a todos los hombres que había
conocido. Bueno,era mago. Pero tenía ese “no sé qué” que trascendía la
peculiaridad de su profesión. Lo llamativo era su actitud frente a la vida. Al
salir a fumar un cigarro, me recalcaba que él era libre, que odiaba el sistema
que asfixia y que había que disfrutar la vida. Disfrutarla a concho. Claro que
todo el mundo sabe eso y a menudo es un cliché, pero vivirlo es otra cosa. Y
hablaba con tal pasión y convicción que conmovía.
Hacía maravillas con las cartas y
con cualquier objeto que tomaba. Yo lo miraba embelesaba. Y mientras más impresionaba
estaba, más era su entusiasmo. Realmente amaba lo que hacía. Su pasión era
tanta, que casi la podía tocar. Y su “bla bla” me envolvía, hablaba como un
verdadero trovador.
Por un instante olvidé todo; él fue el centro y nada desviaba mi atención. Ese instante fue feliz, a la vez eterno y efímero. Solo duró unos minutos, pero sentí deseos de enamorarme perdidamente de él, de vivir la pasión que él experimentaba. “Lo más importante es ser feliz, amar y compartir” seguía hablándome.
Por un instante olvidé todo; él fue el centro y nada desviaba mi atención. Ese instante fue feliz, a la vez eterno y efímero. Solo duró unos minutos, pero sentí deseos de enamorarme perdidamente de él, de vivir la pasión que él experimentaba. “Lo más importante es ser feliz, amar y compartir” seguía hablándome.
Lo admiré y envidié al mismo
tiempo. Admiré su encanto, su simpatía, su visión del mundo. Bueno, su trabajo
consistía en seducir a las masas, en transportarlos a un universo paralelo, a
través de la ilusión que manejaba a su antojo entre sus rápidos dedos.
Y así fue conmigo. Me cautivó con su encanto
irresistible, con su mirar penetrante y la seguridad de sus gestos. Con la
suavidad con que acariciaba las cartas. Con la libertad y la indiferencia ante
el sistema que pregonaba.
Muchos viajes por todo el país,
muchas luces, mucha emoción. Era tan distinto a mi vida. Él vivía en una montaña rusa de emociones y yo
me ahogada en la angustia del sinsentido.
Era un espíritu libre y yo lo
sabía. Tampoco lo iba a extrañar, yo sabía las circunstancias. Pero me fasciné con la
energía cálida de su alma, con su actitud franca y vital. Con su capacidad de
sorprenderme hasta la última fibra. Con el amor que ponía en cada detalle de
sus trucos. Era intenso, audaz y desafiante.
Volvimos a vernos, después de un
mes. Como dije, no lo extrañe –quizás un poco-, pero me alegró verlo. El
también. Volví a desear
enamorarme de él como quinceañera y que él lo hiciera de mí. Pero era
imposible.
No espere nada de él, no le pedí nada tampoco. Y
eso fue lo bonito, lo nuestro fue gratuito, sujeto a la vulnerabilidad del tiempo
y a la incertidumbre de lo de desconocido. Aunque mis ansias de eternidad
siempre están presentes. Soy una romántica empedernida. ¿Qué tal si fuera él?
Me conformo con haber compartido
un poco del ímpetu de su vida, para recordarme que sólo con entusiasmo es que
hay que vivir. La pasión debiera ser el motor de nuestra vida. Pasión por lo
que sea. Sin ella la vida se vuelve árida y aburrida. Sin miedo a ser uno mismo
y a luchar con garra por lo que nos hace vibrar.
No creo en las coincidencias.
Cuando una persona entra en tu vida, es para enseñarte algo. Y aunque sólo lo
haya visto un par de oportunidades, dejó honda huella en mí. Huella que ni
sospecha. Reflexionaré sobre la pasión en mi vida, esa es una de las razones
por las que escribo estas líneas. Él me llenó desu energía desbordante, me dio vuelta como un
huracán. Ya no quiero perder más tiempo, pensando en lo que debió haber sido,
quiero actuar. Quiero dejarme arrastrar por la pasión de vivir. Esa enseñanza
fue su mayor truco de magia.
Y al pensar en él recordaré una
frase que leí por ahí, de autor desconocido: “Fuimos un cuento breve que leeré
mil veces”.