Sonrío ante los restos de amistades quebradas, de copas vacías y sangre en los ojos.
Es la única esperanza que tengo cuando no me queda nada más que recuerdos añejos plagados de simpatías absurdas y rostros macilentos.
Me tachan de melancólica y depresiva, de idealista y soñadora, pero es el sabor que siento todas las noches al apoyar la cabeza en la almohada. Y por más que lo evito, la insistencia de tales sentimientos me nubla el pensamiento.
¿Qué hacer? Por eso sonrío, aunque no halle respuestas, aunque el torbellino de la vida engulla y agite mi ilusión, sonrío buscando consuelo ante el mar de dudas e hipocresía que veo en miles de rostros y en mi misma.
Sonrío con risa añeja, podrida como una manzana, pero nadie lo nota, que más da.
Y continúo como hombre sin rumbo, como perdida en el desierto siniestro de las caretas, del qué dirán, de los pasos en falso.
Me caigo y a veces no se levantarme. Me quedo tirada cuan larga soy en una carretera plagada de buitres y fantasmas. Mis fantasmas, y los de él y los de todos en mis espaldas. Pero sonrío, y puede parecer monótono o falto de juicio, pero he logrado vivir con eso, con los recuerdos de amistades quebradas. copas vacias y sangre en los ojos.